Las hamacas de San Jacinto son una de las expresiones artesanales más emblemáticas del Caribe colombiano. No solo representan una tradición artesanal profundamente arraigada, sino que también son símbolo de descanso, identidad y resistencia cultural.
Su origen ancestral se remonta a tiempos precolombinos, cuando los pueblos indígenas de América Latina ya utilizaban hamacas tejidas a mano para dormir. Los pueblos zenúes, fueron grandes artesanos del tejido y es muy probable que sus prácticas hayan influido en el desarrollo del arte de tejer hamacas.
Con la llegada de los colonizadores españoles y la mezcla cultural con africanos traídos como esclavos, esta tradición se enriqueció, dando lugar a una técnica única de tejido que ha sido transmitida de generación en generación.
Estas piezas de artes son tejidas a mano, usualmente con hilo de algodón, en telares verticales o artesanales. El proceso puede tardar entre 15 y 30 días, dependiendo del tamaño y la complejidad del diseño. Los colores vibrantes y los patrones geométricos o florales reflejan el entorno natural, las creencias y la alegría del pueblo caribeño.
Más allá de su funcionalidad como objeto de descanso, cada hamaca cuenta una historia. Se tejen en familia, se regalan en bodas y nacimientos, y muchas veces se heredan como verdaderos tesoros culturales. También han sido símbolo de resistencia en épocas de conflicto, ya que en momentos de violencia muchas mujeres encontraron en su tejido una fuente de sustento económico y dignidad.
Hoy en día, las hamacas de San Jacinto son reconocidas a nivel nacional e internacional por su calidad y valor cultural, su tejido forma parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de Colombia, según el Ministerio de Cultura. Por tanto, la hamaca de San Jacinto no es solo un objeto: es una obra de arte viva, que respira el espíritu de su gente y el calor del Caribe. Representa el alma laboriosa de un pueblo que, con hilo y paciencia, ha tejido una de las expresiones culturales más queridas del país.